Carta de san Juan de Ávila a  santa Teresa de Jesús 
Montilla, 12 de septiembre de  1568
*Ed. Obras completas de san Juan de Ávila, Vol 5., BAC 313 (Madrid 1970)
*Ed. Obras completas de san Juan de Ávila, Vol 5., BAC 313 (Madrid 1970)
pp.  573-576.
La gracia y paz de  Jesucristo nuestro Señor sea con vuestra merced siempre.
Cuando acepté el  leer el libro que se me envió, no fue tanto por pensar que podría yo, con el  favor de nuestro Señor, aprovecharme algo con la doctrina de él; y gracias a  Cristo, que, aunque lo he leído no con el reposo que era menester, mas heme  consolado, y podría sacar edificación, si por mí no queda. Y aunque, cierto, yo  me consolara con esta parte, sin tocar en lo demás, no me parece que el respeto  que debo al negocio y a quien me lo encomienda me da licencia para dejar de  decir algo de lo que siento, a lo menos en general.
El libro no está para salir a manos  de muchos, porque ha menester limar las palabras de él en algunas partes; en  otras declararlas; y otras cosas hay que al espíritu de vuestra merced pueden  ser provechosas, y no lo serían a quien las siguiese; porque las cosas  particulares por donde Dios lleva a unos, no son para otros. Estas, o las más de  ellas, me quedan acá apuntadas, para ponerlas en orden cuando pudiere, y no  faltará cómo enviarlas a vuestra merced; porque, si vuestra merced viese mis  enfermedades y otras necesarias ocupaciones, creo le moverían más a compasión  que a culparme de negligente.
La doctrina de la oración está buena por la mayor parte, y muy bien puede  vuestra merced fiarse de ella y seguirla; y en los raptos hallo las señas que  tienen los que son verdaderos.
El modo de enseñar Dios al ánima,  sin imaginación y sin palabras interiores ni exteriores, es muy seguro, y no  hallo en él que tropezar, y San Agustín habla bien de él.
Las hablas  interiores y exteriores han engañado a muchos en nuestros tiempos; y las  exteriores son las menos seguras. El ver que no son de espíritu propio es cosa  fácil; el discernir si son de espíritu bueno o malo es más dificultoso. Danse  muchas reglas para conocer si son del Señor, y una es que sean dichas en tiempo  de necesidad o de algún gran provecho, así como para confortar al hombre tentado  o desconfiado o para algún aviso de peligro, etc. Porque, como un hombre bueno  non habla palabra sin mucho peso, menos la hablará Dios. Y mirando esto, y ser  las palabras conforme a la Escritura divina y a doctrina de la Iglesia, me  parece de las que en el libro están, o de las más, ser de parte de  Dios.
Visiones imaginarias o corporales  son las que más duda tienen, y éstas en ninguna manera se deben desear; y si  vienen sin ser deseadas, aun se han de huir todo lo posible, aunque no por medio  de dar higas, si no fuese cuando de cierto se sabe ser espíritu malo; y, cierto,  a mí me hizo horror las que en este caso se dieron, y me dio mucha pena. 
Debe el hombre suplicar a nuestro  Señor no le lleve por camino de ver, sino que la buena vista suya y de sus  santos se la guarde para el cielo, y que acá lo lleve por camino llano, como  lleva a sus fieles; y con otros buenos medios debe procurar el huir de estas  cosas.
Mas si, todo esto hecho, duran las visiones  y el ánima saca de ello provecho, y no induce su vista a vanidad, sino a mayor  humildad, y lo que dicen es doctrina de la Iglesia, y dura esto por mucho tiempo  y con una satisfacción interior que se puede sentir mejor que decir, no hay para  qué huir ya de ellas. Aunque ninguno se debe fiar de su juicio en esto, sino  comunicarlo luego con quien le pueda dar lumbre; y éste es el medio universal  que se ha de tomar en todas estas cosas; y esperar en Dios, que, si hay humildad  para sujetarse a parecer ajeno, no dejará engañar a quien desea  acertar.
Y no se debe nadie atemorizar para  condenar de presto estas cosas por ver que la persona a quien se dan no es  perfecta; porque no es nuevo a la bondad del Señor sacar de los malos, justos, y  aun de pecados y graves, con darles muy dulces gustos suyos, según lo he yo  visto. ¿Quién pondrá tasa a la bondad del Señor? Mayormente que estas cosas no  se dan por merecimientos ni por ser uno más fuerte, antes algunas [veces] por  ser más flaco; y como no hacen a uno más santo, no se dan siempre a los más  santos.
No tienen razón lo que por sólo esto  descreen estas cosas, porque son muy altas, y parece cosa no creíble abajarse  una Majestad infinita a comunicación tan amorosa con una su criatura. Escrito  está que Dios es amor, y si amor, es amor infinito y bondad infinita; y de tal  amor y bondad no hay que maravillar que haga tales excesos de amor, que turben a  los que no le conocen. Y aunque muchos lo conozcan por fe, mas la experiencia  particular del amoroso, y más que amoroso, trato de Dios con quien El quiere, si  no se tiene, no se podrá bien entender el punto donde llega esa comunicación. Y  así, he visto a muchos escandalizados de oír las hazañas del amor de Dios con  sus criaturas; y como ellos están de aquello muy lejos, no piensan hacer Dios  con otros lo que con ellos no hace. Y siendo razón que por ser la obra de amor,  y amor que pone en admiración, se tomase por señal que es de Dios, pues es  maravilloso en sus obras, y muy más en las de su misericordia, de allí mismo  sacan ocasión de descreer, de donde la habían de sacar de creer, concurriendo  las otras circunstancias que den testimonio de ser cosa buena.
Paréceme, según del libro consta,  que vuestra merced ha resistido a estas cosas, y aún más de lo justo. Paréceme  que le han aprovechado a su ánima; especialmente le han hecho más conocer su  miseria propia y faltas y enmendarse de ellas. Han durado mucho, y siempre con  provecho espiritual. Incítanle a amor de Dios, y a propio desprecio, y a hacer  penitencia. No veo por qué condenarlas. Inclíname más a tenerlas por buenas con  condición que siempre haya cautela de no fiarse del todo, especialmente si es  cosa no acostumbrada, o dice que haga alguna cosa particular y no muy llana: en  todos estos casos y semejables se debe suspender el crédito y pedir luego  consejo. Item, se advierte que, aunque estas cosas sean de Dios, se mezclan  otras del enemigo, y por eso siempre ha de haber recelo. Item, ya que se sepa  que son de Dios, no debe el hombre parar mucho en ellas, pues no consiste la  santidad sino en amor humilde de Dios y del prójimo, y estas otras cosas se  deben temer, aunque buenas, y pasar su estudio a la humildad, virtudes y amor  del Señor. También conviene no adorar visión de éstas sino a Jesucristo en el  cielo o en el Sacramento; y si es cosa de santos, alzar el corazón al santo del  cielo y no a lo que se me representa en la imaginación: baste que me sirva  aquello de imagen para llevarme a lo representado por ella.
También digo que las cosas de este  libro acaecen aún en nuestros tiempos a otras personas, y con mucha certidumbre  que son de Dios, cuya mano no es abreviada para hacer ahora lo que en tiempos  pasados, y en vasos flacos, para que El sea más glorificado.
Vuestra merced siga su camino, mas  siempre con recelo de los ladrones y preguntando por el camino derecho; y dé  gracias a nuestro Señor, que le ha dado su amor y el propio conocimiento, y amor  de penitencia y de cruz. Y de esotras cosas no haga mucho caso, aunque tampoco  las desprecie, pues hay señales que muy muchas de ellas son de parte de nuestro  Señor, y las que no son, con pedir consejo no le dañarán.
Yo no puedo creer  que he escrito esto en mis fuerzas, pues no las tengo; pero la oración de  vuestra merced lo ha hecho. Pídole, por amor de Jesucristo nuestro Señor, se  encargue de suplicar por mí, que El sabe que lo pido con mucha necesidad, y creo  que basta esto para que vuestra merced haga lo que le suplico. Y pido licencia  para acabar ésta, pues quedo obligado a escribir otra.
Jesús sea  glorificado de todos y en todos. Amén.
De Montilla, 12 de septiembre  1568.
Siervo de vuestra merced por Cristo, Juan de Ávila.


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