Moradas del Castillo Interior de santa Teresa de Jesús





Contexto hisórico y literario

1. Teresa al pie de la letra.
El Castillo Interior de Santa Teresa -así lo tituló ella, des­pués de escrito, en el reverso de la primera hoja en blanco: Este tratado, llamado Castillo Interior, escribió Teresa de Je­sús, monja de nuestra Señora del Carmen, a sus hermanas y hijas las monjas carmelitas descalzas[1]- es la historia de su alma, ella misma al pie de la letra, como dice al comienzo del prólogo y en referencia directa al Libro de la Vida, escrito doce años antes: Bien creo he de saber decir poco más que lo que he dicho en otras cosas que me han mandado escribir, antes temo que han de ser casi todas las mismas; porque, así como los pájaros que enseñan a hablar no saben más de lo que les muestran u oyen y esto repiten muchas veces, soy yo al pie de la letra[2].
Teresa de Jesús lo escribe mitad en Toledo y mitad en Ávila. Lo comienza en junio de 1577 el día de la Santísima Trinidad… en este monasterio de San José del Carmen en Toledo[3]. Lo interrumpe al mes y medio de tarea, acosada por el oleaje de fundaciones y contratiempos. Lo reanuda en Ávila entre otoño e invierno de ese año. Y ella misma le pone punto final con el acabóse de escribir en el monasterio de San José de Ávila, año de 1577, víspe­ra de San Andrés[4].
Era el 29 de noviembre. «Tiempos recios» y borrascosos. Esa semana es apresado y encarcela­do fray Juan de la Cruz. Pero nada de eso se refleja en el libro. Ni un solo eco de las turbulencias exteriores logra penetrar en las pági­nas de la obra, que, sin embargo han sido escritas en directo, sin borra­dores ni esquemas, como ella escribe las cartas o conversa con las hermanas. Poseemos el manuscrito tal como salió de sus manos. Sin divisiones ni títulos de capítulos. Como una larga y espaciosa conversación Iré hablando con ellas en lo que es­cribiré[5]
Teresa, en efecto, se pone a hablar escribiendo, a escribir ha­blando. Ella dialoga siempre que escribe. El resultado será un texto oral, sembrado de escapadas y rupturas: Pareceros ha, hijas, que es esto impertinente; habéis de tener paciencia, por­que no sabré dar a entender como yo tengo entendido algunas cosas interiores de oración, si no es así[6].Mirad mu­cho, hijas, algunas cosas que aquí van apuntadas, aunque arre­bujadas, que no lo sé más declarar[7].¡Válgame Dios en lo que me he metido![8]Curiosamente, en esa manera de entrar y salir por sus páginas, de explorar el camino según lo va recorriendo, de divagar buscando el modo y ha­ciendo partícipe al lector de esos altibajos, radica uno de sus más personales encantos y constituye su primer éxito, toda una novedad en la historia de la literatura española.
A la Madre Teresa le vinieron grandes ganas de escribirlo por tres motivos:
Primero, porque ahora, a los doce años de haber redactado su Libro de la Vida, era consciente de que aquel libro quedaba incon­cluso. Había que añadirle sus vivencias de los últimos años, las más colmadas de su vida mística si el Señor quisiere diga algo nuevo, Su Majestad lo dará, o será servido traerme a la memoria lo que otras veces he di­cho, que aun con esto me contentaría, por tenerla tan mala, que me holgaría de atinar a algunas cosas que decían estaban bien dichas, por si se hubieren perdido[9];y aunque en otras cosas que he escrito ha dado el Señor algo a entender, entiendo que algunas no las había entendido como después acá, en especial de las más dificultosas[10]; un poco más luz me parece tengo de estas mercedes que el Señor hace a algunas almas[11];podrá ser que en estas cosas interiores me contradiga algo de lo que tengo dicho en otras partes; no es maravilla, porque en casi quince años que ha que lo escribí quizá me ha dado el Señor más claridad en estas co­sas de lo que entonces entendía[12].
Segundo, porque aquel libro había caí­do en poder de la Inquisición, secuestrado por los inquisidores de Madrid. Y a ella le dolía en el alma que aquellas páginas se perdiesen definitivamente. De ahí el irreprimible deseo de escribirlas de nuevo. Escribirlas en otra clave, menos autobiográfica, más ordenada y com­pleta.
Tercer motivo: la madurez espiritual de Teresa. Cuenta ella 62 años cuando se pone a escribir. Pero no son los años los que cuentan, sino las experiencias y el ángulo visual de su mirada, que ahora le permite abarcarlos y comprender su sentido profundo y unitario. Desde hace cinco años ha entrado en la etapa final de su vida mística.

2. Los deseos de escribir este libro
Teresa supo muy pronto que ciertas cosas no acababan de entenderse de verdad hasta ser puestas por escrito (V. 18,8), y por eso su recurso a la escritura; de manera que si su experiencia espiritual dio a su pluma la más fulgu­rante materia, también su espíritu aprendió a conocerse me­jor en aquel cotidiano ejercicio, y por supuesto que no habría llegado adonde llegó sin esta otra ascesis de verterse sobre la página en blanco Son tan oscuras de entender estas cosas interiores que, a quien tan poco sabe como yo, forzado habrá de decir muchas cosas superfluas y aun desatinadas para de­cir alguna que acierte. Es menester paciencia quien lo leyere, pues yo la tengo para escribir lo que no sé; que, cierto, algu­nas veces tomo el papel como una cosa boba, que ni sé qué decir ni cómo comenzar[13].Deshaciéndome estoy, hermanas, por daros a entender esta operación de amor, y no sé cómo[14]
Ciertamente, fue esa irreprimible necesidad de comunica­ción, tan necesaria por Teresa, lo que a ella la impulsó a escribir, por más que pregone el mandato expreso de prelados y confesores, insistiendo una y otra vez en que escribe por obediencia, y hasta especificando nombres y circunstancias.
Y eso fue lo que sucedió con el libro del Castillo Interior, un ejemplo de hábil diplomacia para que le mandaran escribir lo que ella ya estaba dispuesta a hacer. Hallándose en Toledo con su adorado Padre Gracián, cuyos resortes psicológicos co­nocía a la perfección, y en días muy difíciles para la Reforma, se consolaban ambos hablando de cosas espirituales. Al llegar a cierto sutil deslinde, ella suspira: iOh, qué bien escrito está ese punto en el libro de mi Vida que está en la Inquisición!». Gracián, que ni conocía el libro, ni tal vez esperaba rescatado del Santo Oficio, dice entonces a la Madre: Pues que no le podemos haber, haga memoria de lo que se le acordare y de otras cosas, y escriba otro libro, y diga la doctrina en común, sin que nombre a quien le haya acaecido aquello que allí dije­re. y así le mandé que escribiese este libro de Las Moradas, di­ciéndole, para más la persuadir, que lo tratase también con el Doctor Velázquez, que la confesaba algunas veces, y se lo mandó[15].
El deseo de la escritora provenía de instan­cias a las que ella no podía resistirse: ni más ni menos que del mandato mismo de Dios, como confiesa al jesuita Gaspar de Salazar, en lenguaje cifrado y a los pocos días de concluido el libro: Hízose por mandado del vidriero –Dios-, y parécese bien, a lo que dicen[16], Una vez más quería dejar bien claro que es Dios, y no los hombres, quien manda en su obra literaria.

3. Situación personal de Teresa de Jesús
En la vida de Teresa acontece una dramática situación que atravesaba cuando amparada en el «mandato» del Padre Gracián puso manos a la obra, en uno de los peores momentos de su vida, un año verdaderamente aciago, con circunstancias tan adversas como las que insinúa en las primeras líneas del prólogo:
Pocas cosas que me ha mandado la obediencia se me han hecho tan dificultosas como escribir ahora cosas de oración: lo uno, porque no me parece me da el Señor espíritu para hacerla ni deseo; lo otro, por tener la cabeza, tres meses ha, con un ruido y flaqueza tan grande que aun los negocios forzosos escribo con pena. Mas, entendiendo que la fuerza de la obediencia suele allanar cosas que parecen imposi­bles, la voluntad se determina a hacerla muy de buena gana, aunque el natural parece que se aflige mucho; porque no me ha dado el Señor tanta virtud que el pelear con la enfermedad continua y con ocupa­ciones de muchas maneras se pueda hacer sin gran contradicción suya[17].
Contratiempos de todo tipo, de falta de salud y de múlti­ples negocios.
a) «La enfermedad continua»: La contradicción de la enfermedad había llegado a extre­mos preocupantes desde que a principios de febrero le sobre­viniera una crisis de agotamiento por exceso de trabajo y que agravó aún más su salud siempre precaria. De lo ocurrido en esta ocasión y de sus consecuencias hay datos bien elocuen­tes en su epistolario[18]. Un mes después, en abril, notificaba una leve mejoría: Sangréme ayer y mándanme sangrar hoy. Hame dado la vida la sangría a la cabeza. Buena estaré presto, placiendo a Dios[19]. Sin embargo, a primeros de mayo se lamentaba de un ruido continuo en la cabeza que le impedía escribir: Aunque estoy algunos días harto mejor de la cabeza, ninguno sin harto rui­do, y háceme mucho mal escribir[20].
Y ya en fechas próximas a la redacción del libro, seguía lamentándose de su dolor de cabeza: Enco­miéndeme a Dios esta cabeza, que todavía la tengo ruin[21].
Para colmo de males, en la Nochebuena de ese mismo año se cayó por la escalera y se quebró el brazo izquierdo, con lo que al continuo dolor de cabeza se sumaría el de una relativa y molesta invalidez[22], aunque afortunadamente sin conse­cuencias para el libro, cuya redacción había concluido un mes antes.
b) «Ocupaciones de muchas maneras». Al inconveniente de la enfermedad se añadía también el de los negocios forzosos, las ocupaciones de muchas maneras que exigían el martirio cotidiano de escribir cartas −cartas sin cuento, que me tienen tonta[23]− para hacer frente a las vicisitudes de una Reforma acosada por todas partes y sobre la que se había desatado una oleada de persecuciones que la pondrían al borde de la extinción.
Desde el día 26 de junio de 1576, a medio concluir la difí­cil fundación de Sevilla, la Madre Teresa se hallaba en Toledo, en una especie de confinamiento conventual impuesto por el Capítulo General de la Orden, celebrado el año anterior en Piacenza (Italia), con el intento de frenar la expansión de los descalzos[24]. Lo refiere ella misma, acusando el golpe y con una pizca de ironía:
De un Capítulo General que se hizo, adonde parece se había de tener en servicio lo que se había acrecentado la Orden, traénme un mandamiento dado en Definitorio, no sólo para que no fundase más, sino para que por ninguna vía saliese de la casa que eligiese para es­tar, que es como manera de cárcel. Porque no hay monja que para co­sas necesarias al bien de la Orden no la pueda mandar ir el provincial de una parte a otra, digo de un monasterio a otro[25].

4. Proceso de redacción del libro.
Teresa empe­zó a redactar el libro, como queda dicho, el 2 de junio:
· Primer tiempo: en quince días terminó de redactar hasta el capítulo primero de las cuartas moradas, dejando escritas 26 hojas por ambas caras.
o Fue en­tonces cuando le llegó la noticia de la muerte del nuncio Ormaneto y tuvo que interrumpir la escritura para preparar el viaje a Ávila, decidida a pasar la jurisdicción de aquel mo­nasterio del obispo a la Orden.
· Durante el mes de julio, a ra­tos sueltos, en medio de viajes y dificultades, logró escribir los dos capítulos finales de las cuartas moradas y los tres pri­meros de las quintas (19 hojas).
· Y finalmente en noviembre, tras un largo paréntesis de casi cinco meses desde que lo comencé hasta ahora» (5M 4,1), escribió de un tirón el resto del libro (65 hojas), desde el capítulo cuarto de las quintas mora­das hasta el colofón final de las séptimas (16 capítulos de los 27 que tiene el libro ).
El tiempo empleado en la redacción del libro se reduce a dos meses, lo que supone un récord todavía ma­yor[26], y eso mismo demuestra que estamos ante una consumada escritora, con un perfecto dominio de la pluma y con esa capacidad, además, para ejercitada de manera tan ágil y desenvuelta como reconocen admiradas sus propias monjas, que tantas veces la sorprendieron en el trance creador[27].

5. Avatares de un texto.
A medida que la Madre iba escribiendo los cuadernillos del libro, otra monja de la comunidad de Toledo iba haciendo si­multáneamente una copia. Cuando la Santa se trasladó a Ávila sin concluir el libro, la copista envió su cuaderno a las carmelitas abulenses para que completaran la transcripción y lo devolvieran íntegro a su lugar de origen. En Ávila fueron tres las amanuenses que se turnaron en la labor de copia. La llevaron a cabo hasta en sus últimos detalles: trascribieron los capítulos finales, cuando ya todo había sido sometido a una primera revisión por parte de la autora, y copiaron incluso las«tablas» de capítulos, hoy perdidas en el autógrafo teresiano. Concluida la trascripción, enviaron el cuaderno al conven­to de Toledo, donde sería conservado hasta comienzos del siglo XIX, que pasó a la Biblioteca Nacional de Madrid (ms. 6374). Esta primera copia, y alguna más que se apresu­raron a sacar las monjas antes de que su autora lo sometiera al juicio de los teólogos, constituye el primer paso en la difu­sión manuscrita del libro.
Una semana después de su redacción, era la propia autora quien notificaba gozosa al jesuita Gaspar de Salazar, en Gra­nada, el nacimiento de su nueva obra y se la presentaba en es­tos términos:
Que le hace saber que por el negocio que escribió desde Toledo a aquella persona, nunca ha habido efecto. Sábese cierto que está en poder del mismo aquella joya, y aun la loa mucho, y así hasta que se canse de ella, no la dará, que él dijo se la miraba de propósito. Que si viniese acá el señor Carrillo, dice que vería otra, que -a lo que se puede entender-le hace muchas ventajas; porque no trata cosa sino de lo que es el [...[28]] y con más delicados esmaltes y labores; porque dice que no sabía tanto el platero que la hizo entonces, y es el oro de más subidos quilates, aunque no tan al descubierto van las piedras como acullá. Hízose por mandado del vidriero, y parécese bien, a lo que dicen»[29].
Lenguaje cifrado, pero inteligible: aquella joya es el Libro de la Vida; aquella persona, el Inquisidor General don Gas­par de Quiroga; el negocio, la recuperación del autógrafo secuestrado; la otra joya es el nuevo libro del Castillo Inte­rior; el señor Carrillo, el destinatario de la carta, P. Gaspar de Salazar; el plateroes la autora; los esmaltes y el oro de más subidos quilates, el contenido de este último libro; y el vidriero es el Señor, por cuyo «mandado» lo ha escrito. De esta noticia, sin embargo, no puede deducirse que el P. Sa­lazar llegara a leerlo o emitiera algún dictamen sobre su contenido; más aún, parece que ni siquiera llegó a conocerlo.
Entre los primeros teólogos que lo conocieron y dieron su parecer se hallaba el P. Domingo Báñez, cuya sentencia no fue muy agradable para la autora. El 14 de enero de 1580 se lo comunicaba ella misma al P. Gracián, tomando como refe­rencia el anterior Libro de la Vida, del que venía a decide que «ya no hay otro sino el que tienen los ángeles» (refiriéndose al autógrafo en poder de los inquisidores), para añadir a conti­nuación que a mi parecer le hace ventaja el que después he escrito (el del Castillo Interior), aunque fray Domingo Bá­ñez dice que no está bueno; al menos había más experiencia que cuando le escribí[30]. No sabemos qué había de cierto en esta impresión del P. Báñez que transmite ella, pues el propio teólogo declararía después en los procesos para la beatificación que, exceptuando el Libro de la Vida, de otros tratados y libros que andan impresos suyos no puede dar testimonio el dicho testigo, porque no los ha leído ni impresos ni de mano[31].
Fue en el verano de 1580, en el convento de Segovia, y en días en que el P. Gracián andaba desocupado -ándase entre­teniendo por acá[32]-,cuando él y el dominico Diego de Yan­guas efectuaron la revisión del libro. Lo cuenta el propio Gra­cián en nota marginal a la biografía compuesta por Ribera:
Después leímos este libro en su presencia el Padre fray Diego de Yanguas y yo, arguyéndole yo muchas cosas de él, diciendo ser malso­nantes, y el fray Diego respondiéndome a ellas, y ella diciendo que las quitásemos; y así quitamos alguna, no porque fuese mala doctri­na, sino alta y dificultosa de entender para muchos, porque con el celo que yo la quería, procuraba no hubiese cosa en sus escritos en que nadie tropezase[33].
Las correcciones efectuadas sobre el autógrafo fueron más de setenta, y todas de mano de Gracián, aunque afortunada­mente con pluma fina que deja legible el pasaje original corre­gido. A él se debe también la otra iniciativa, quizás como medida de seguridad, de llevarse el autógrafo a Sevilla y con­fiado para su custodia a María de San José.
La Madre Teresa, que estaba al corriente de la medida adoptada por Gracián, escribía a la afortunada depositaria el 8 de noviembre de 1581:
Ahora recibí otra [carta] de vuestra reverencia y de mi padre Ro­drigo Álvarez, que en forma le tengo gran obligación por lo bien que lo ha hecho en esa casa, y quisiera responder a su carta y no sé cómo, porque algunas cosas que me pregunta no son para ella, aunque si yo le viera-como quien sabe mi alma- no le negara nada, antes me holgara mucho... Si Dios trae acá al padre fray García [de Toledo], le tendré harto en este caso... Tornando a lo que le decía, si a vuestra re­verencia le parece, pues nuestro padre [Gracián] me dijo había deja­do allá un libro de mi letra (que a osadas que n? está vuestra reve­rencia por leerle), cuando vaya allá [Rodrigo Álvarez], debajo de confesión, que así lo pide él con harto comedimiento, para sola vues­tra reverencia y él, léale la postrera morada, y dígale que en aquel punto llegó aquella persona y con aquella paz que ahí va, y así se va con vida harto descansada, y que grandes letrados dicen que va bien. Si no fuere leído ahí, en ninguna manera le dé allá, que podría suce­der algo. Hasta que me escriba lo que le parece de esto, no le respon­deré. Déle un recaudo mío[34].
Efectivamente, el jesuita Rodrigo Álvarez tuvo acceso al li­bro, y allí mismo, ante María de San José, al final de las sépti­mas moradas, escribió su dictamen:
La madre priora de este convento de Sevilla me leyó esta séptima morada o habitación donde llega un espíritu en esta vida; alaben to­dos los santos a la bondad infinita de Dios que tanto se comunica a aquellas criaturas que de veras buscan su mayor gloria y a la salvación de sus prójimos. Lo que siento y juzgo de ello es que todo esto que me leyó son verdades católicas según las divinas letras y doctrina de los santos. Quien fuere leído en la doctrina de los santos como es el libro de santa Gertrudis y en las obras de santa Catalina de Sena, y santa Brígida y otros santos y libros espirituales, entenderá claramente ser este espíritu de la madre Teresa de Jesús muy verdadero, pues que pasan en él los mismos efectos que pasaron en los santos. Y porque es verdad que esto así siento y entiendo, lo firmo de mi nom­bre. Hoy, 22 de febrero de 1582. El P. Rodrigo Álvarez.
Era el primer veredicto que un teólogo de oficio emitía so­bre el Castillo teresiano. A la Madre, como decía en su carta a María de San José, le hubiera gustado también saber la opinión del P. García de To­ledo, el destinatario primero del Libro de la Viday censor de los dos manuscritos del Camino, ahora que había regresado de las Indias y andaba por Sevilla. Pero, por lo que fuera, no lle­gó a conocer el nuevo libro.
Tras la muerte de la Santa (1582), el P Gracián quiso asu­mir personalmente la tarea de preparar los escritos teresianos para la imprenta[35]. En 1584 obtenía el permiso del Consejo Real para imprimir el Camino de Perfección, que salió en Sala­manca al año siguiente, y por esas mismas fechas ya tenía preparadas copias del Libro de la Vida, Fundaciones y Castillo Interior (ninguna del autógrafo), esta última en un cuaderno de 256 páginas, a dos tintas, con flamantes portadas y gran­des titulares que orientaran la labor del tipógrafo, pero con las consabidas enmiendas y con un extraño título: Castillo de Magdalo[36]. También por estas fechas, siendo aún provincial, Gracián hizo otra cosa arriesgada: regaló el autógrafo a un noble caballero sevillano, bienhechor de la Orden y amigo suyo, don Pedro Cerezo Pardo, el que después pagaría el res­cate de su cautiverio en Túnez[37].
Pero Gracián no llegó a ultimar su proyecto editorial. Segu­ramente se le adelantó la edición de fray Luis de León, o se lo entorpecieron los avatares de su propia vida, enredada en persecuciones que lo alejaron, primero a Portugal, después fuera de la Orden, luego cautivo en Túnez y al fin exiliado en Flandes, donde sí pudo editar algunos escritos teresianos no publicados por fray Luis -el Libro de las Fundaciones y los Con­ceptos del amor de Dios (título encubridor de las Meditaciones so­bre los Cantares-, pero no el del Castillo Interior, cuya copia pasó a manos desconocidas y luego, un siglo más tarde, a las Carmelitas Descalzas de Córdoba.
El nuevo depositario del manuscrito, don Pedro Cerezo Pardo, resultó un guardián de excepción: no soltó prenda, ni cuando fray Luis preparaba la edición príncipe de los libros teresianos, ni cuando el P. Doria mandó recoger los autógra­fos solicitados por el rey Felipe II para su mimada Biblioteca del Escorial. El del Castillo Interior siguió en su poder hasta finales de 1618, cuando al ingresar su hija Catalina en el Car­melo de Sevilla lo entregó como parte de una cuantiosa dote[38].
El primero, que sepamos, en urgir por escrito la publicación de los libros teresianos fue San Juan de la Cruz. Lo hizo en 1584, en su declaración del Cántico Espiritual: La bienaventurada Teresa de Jesús, nuestra madre, dejó escritas de estas cosas de espíritu admirablemente, las cuales espero en Dios saldrán presto impresas a la luz (CA 12,6; CB 13,7), y la cita apuntaba, con toda seguridad, al Libro de la Vida y al Castillo Interior. Poco después, el 1 de octubre de 1586, y con el voto también de San Juan de la Cruz, la Consulta o Consejo de la Reforma aprobó el decreto para que se impriman los libros y obras que nuestra santa madre Teresa de Jesús hizo[39].
Hay que decir, no obstante, que en la carrera de ese proyec­to editorial se había adelantado otro gran teresianista, el je­suita Francisco de Ribera, quien a la vez que preparaba la pri­mera biografía teresiana iba también copiando y cotejando sus escritos. De hecho, el 14 de diciembre de 1586, en carta a las carmelitas de Valladolid, solicitando el manuscrito autó­grafo del Camino de Perfección.

6. Contenido y guía de lectura
Entre los escritos espirituales de Santa Teresa, el Castillo Interior es el sistemáticamente más logrado, al que además de darle un título propio, lo inscribió también dentro de un género específico, calificándolo de «tratado». Y así debe considerarse, ciertamente, corno uno de los primeros y más origi­nales ensayos de teología espiritual de la época moderna, con un planteamiento innovador, de raíz renacentista, y que in­vierte de modo radical el proceso literario, con un orden in­ductivo que va del hecho experimental hacia la comprensión y de ésta a la categorización[40]
­La novedad de este planteamiento, de esos tres períodos de la escritura teresiana (experiencia, conceptualización y trans­misión), así corno la razón última de su éxito (esto es, la pre­gunta de por qué seguimos leyendo sus libros y no ya los que ella leyó, qué tienen los suyos que no tengan los otros), hay que verlas desde un pasaje paradigmático del anterior Libro de la Vida, en el que dirigiéndose a su inmediato destinatario, el dominico García de Toledo, le hablaba de tres gracias o etapas de la experiencia mística: Gustará vuestra merced mucho, de que el Señor se las dé todas, si no las tiene ya, de hallarlo es­crito y entender lo que es. Porque una merced es dar el Señor la merced, y otra es entender qué merced es y qué gracia, otra es saber decirla y dar a entender cómo es[41]. Tres etapas distintas -sentir, entender y comunicar- que en su caso se dieron también diferenciadas, puesto que al principio no comprendía esas experiencias, y cuando las comprendió no siempre supo comunicarlas (cf. V 12,6; 23,11; 25,17; 30,4).

7. Sugerencias para comprender el itinerario espiritual teresiano.

Teresa cuando escribe tiene en cuenta su realidad personal pero además tiene en cuenta los grandes acontecimientos de su época. Partirá siempre de la experiencia, pero esta está siempre situada en un contexto histórico.
Su reflexión va a ser autobiográfica. Aunque su identidad siempre va a estar oculta, no es una escritora que se despreocupa de la realidad del momento histórico que la ha tocado vivir.
El trasfondo de su actividad como escritora, de su actividad fundacional, Teresa, debajo de todo late siempre el responder a esas dos cuestiones y una idea matriz que se va a ocultar siempre y se va a manifestar siempre, su intencionalidad como persona, allegar almas a Dios. en especial en estos tiempos fuertes en que son menester hacer amigos fuerte s de Dios, para responder a la realidad a la que la ha tocado vivir desde su situación de mujer y desde las limitaciones que el siglo XVI impone a la condición femenina.
Teresa es una mujer que en vez de encerrarse en las quejas permanentes por la situación que la impone su condición femenina, busca posibilidades creativas por las cuales poder expresar todo lo que lleva dentro.
El castillo Interior recopila todas las experiencias y las reflexiones pasadas y ofrece un itinerario espiritual en 7 etapas para los que desean acercarse al Dios de Jesucristo.

8. La estructura de cada morada.

En cada morada costa de cinco apartados:
1. Jesucristo
2. Dios
3. La oración
4. Un cambio personal
5. Una acción.
La estructura de las séptimas moradas en cuatro capítulos nos da la pauta para reinterpretar todo el itinerario siguiendo las indicaciones de Teresa, que se refiere siempre a Dios, a Jesucristo, a la oración, a los cambios personales y a la acción del ser humano.
En el itinerario siempre se va de menos a más, es decir que en el apartado dedicado a Dios, a través de las siete moradas iremos descubriendo del Dios uno al Dios trino.
En el segundo, que es de Jesucristo acompañaremos a Jesucristo a lo largo de su vida, hasta la resurrección.
En el tercero el correspondiente a la oración, avanzaremos desde la oración vocal, de la primera morada, la oración de meditación de la segunda, la oración de recogimiento de la tercera etc. Hasta llegar a la oración del matrimonio espiritual de las séptimas.
El cuarto apartado, transformación personal o los efectos, iremos asimilando las enseñanzas de Cristo hasta hacerlas nuestras. Para pasar del egoísmo a la proexistencia, es decir a uno existencia para los demás. Aquí aprenderemos los valores de la vida cristiana. Especialmente recibiremos las tres virtudes fundamentales para Teresa, que son: la humildad, el desasimiento de todo lo creado y el amor al prójimo.
Por último, en el quinto apartado bajaremos desde nuestras acciones equivocadas, incluso pecaminosas, a una acción creativa, capaz de construir una sociedad y una iglesia mejores.

9. Consejos para vivir en una morada

Vivo en la morada en que todos los aspectos, los cinco de los que hablamos anteriormente, han sido experimentados durante un tiempo generalmente largo, aunque es claro que en estos asuntos de Dios no hay normas. Dios guía a las personas como quiere. El asunto de la morada en la que vivimos no debe ser un tema de mayor preocupación para nosotros. Es más no es asunto relevante saber en qué morada vivimos.

A Teresa no le interesa en cual vive, sino visitarlas todas y vivir cada vez con más intensidad los cinco aspectos de cada morada. Pasaremos de una morada a la otra acumulando experiencias, sin negar las anteriores, quien vive en las séptimas, por ejemplo, sigue necesitando visitar las primeras a través de la oración vocal. Siempre caminamos y avanzamos sin abandonar lo anterior. El amor nos dará la medida del avance en este camino.


10. Para comprender la mística teresiana

La mística Teresiana, se centra en la experiencia humana de amar, de modo que todo aquel que haya amado o se halla sentido amado de alguna forma, es capaz de entender absolutamente todo, la experiencia mística teresiana eleva la realidad humana del amor a experiencia religiosa. Teresa es una mística por que ha vivido intensamente el misterio del amor.
La mística teresiana nos remite necesariamente al misterio del amor en el hombre y en Dios. La Mística en Teresa de Jesús la podemos entender entonces como la vivencia intensa del misterio del hombre y de Dios.
En el caso de Teresa los fenómenos místicos se dan solo en las sextas moradas. Son breves momentos en los que perdía conciencia de su ser y le sucedía fenómenos paranormales como la levitación.
El castillo interior no es un libro cerrado. Este es un libro abierto que constantemente remite a escritos anteriores. Teresa presupone que sus lectoras y lectores conocer sus anteriores escritos, quiere hablarles personalmente a través de sus escritos. Esta obra es una conversación íntima de ella con sus lectores.


[1] Título que refiere también en 7M 4,14 y Epílogo l. Citamos los escritos teresia­nos con las siglas convencionales: CC = Cuentasde Conciencia; CE = Camino de perfección, cód. Escorial; CV = Camino de perfección, cód. Valladolid; Const = Constituciones;Cta = Cartas; Exc = Exclamaciones; F = Fundaciones; M = Moradas del Castillo Interior; MC = Meditaciones sobre los Cantares; P = Poesías; V = Libro de la Vida.
[2] Prólogo 2
[3] Prólogo 3
[4] Epílogo 5
[5] Prólogo 4 Esta fórmula dispone y configura ya el modo, pues el diálogo, aun sin respuesta precisa, es componente básico de la exposición. Cf. G. MANCINI, «Tradición y origi­nalidad en el lenguaje coloquial teresiano», en Actas del Congreso Internacional Teresia­no, II (Salamanca 1983) 479-493; T. ÁLVAREZ, «Iré hablando con ellas en lo que es­cribiré»:Monte Carmelo 101 (1993) 161-166. De hecho, a lo largo del libro se dirige a sus monjas unas 180 veces con diferentes apelativos: d. J. V. RODRÍGUEZ, «Castillo Interior o Las Moradas», en Introducción a la lectura de Santa Teresa (Madrid 22002) 477-478. Otra muestra de su estilo conversacional es que, así como en una conversa­ción no es posible borrar lo que se dice, también la escritura teresiana, en lugar de ta­char, se corrige sobre la marcha, a manera de autoenmienda oral: «digo», «quiero decir», «quise decir», «no sé si dice así, creo que sí» (d. 2M 1,11; 5M 2,4). Qué razón tenía don Miguel de Unamuno: «Una lengua sin incorrecciones, sin transiciones bruscas, sin anacolutos, es una lengua puramente escrita, es decir, muerta. Lean a Santa Teresa y verán que cualquier dómine Valbuena encontrará allí una falta de sin­taxis por línea. Y es que aquella mujer admirable hablaba con la pluma» (M. DE UNAMUNO, Epistolario Americano, 1890-1936, ed. L. Robles, carta 211 a Mario Santa Cruz y compañeros, 10 de febrero de 1912 [Salamanca 1996] 382).
[6] 1M 1, 9
[7] 3M 1, 9
[8] 4M 2, 1
[9] Prólogo 2
[10] 1M 2, 7
[11] 4M 1,1
[12] 4M 2, 7
[13] 1M 2, 7
[14] 6M 2, 3
[15] Así lo recuerda Gracián en anotación manuscrita sobre un ejemplar de la prime­ra biografía teresiana: cf. Glanes. Quelques brèves additions de la main du Père Jerôme Gra­tien à la première biographie de Thérese d'Ávila par le Père Francisco de Ribera, ed. de Pierre Sérouet (Laval 1988) 58-59, nota 27. Hasta esta edición facsímil, la nota de Gracián fue transmitida por ANTONIO DE SAN JOAQUÍN, Año Teresiano, VII (Madrid 1758) 149-150.
[16] Cta al P. Gaspar de Salazar (7-12-1577). Y así lo confirmaba Ana de Jesús en su declaración procesal: «Me escribió muchas veces las grandes mercedes que Dios allí la hacía (en Toledo), y que la había mandado su divina Majestad nos escri­biese para nosotras el libro de Las Moradas, y que andaba con tanta oración y noticia de lo que el Señor quería en él escribiese, que hasta el nombre que había de poner en el libro le había dicho en particular» (BMC, XVIII, 469). Véase también la declara­ción de Isabel de Santo Domingo: BMC XIX, 481-482.
[17] Prólogo 1
[18] Y hasta en el propio libro se le escapa también alguna alusión a «enfermedades de muchas maneras, que ha cuarenta años no puede decir con verdad que ha estado día sin tener dolores y otras maneras de padecer, de falta de salud corporal digo» (6M 1,7), con expresiones parecidas a las que antes había dicho en confidencias epistolares: «a mí me ha probado la tierra de manera que no parece nací en ella» (Cta a doña María de Mendoza [7-3-1572] 2),«que nunca he estado sin ninguna reli­quia» (Cta a doña Juana de Ahumada [14-11-1573] 2).
[19] Cta al P. Ambrosio Mariano (9-4-1577) 1.
[20] Cta a María de San José (6-5-1577) 11.
[21] Cta a María de San José (28-5-1577) 2. Andaba tan preocupada con esta ence­falopatía que después, en plena redacción del libro, se sorprende a sí misma: «Escri­biendo esto, estoy considerando lo que pasa en mi cabeza del gran ruido de ella que dije al principio, por donde se me hizo casi imposible poder hacer lo que me manda­ban de escribir. No parece sino que están en ella muchos ríos caudalosos, y por otra parte que estas aguas se despeñan; muchos pajarillas y silbas, y no en los oídos, sino en lo superior de la cabeza, adonde dicen que está lo superior del alma. Plega a Dios que se me acuerde en las moradas de adelante decir la causa de esto, que aquí no vie­ne bien, y no será mucho que haya querido el Señor darme este mal de cabeza para entenderlo mejor; porque con toda esta barahúnda de ella, no me estorba a la ora­ción ni a lo que estoy diciendo» (4M 1,10).
[22] Cf. Cta al P. Gracián (16-2-1578) 1; a María de San José (28-3-1578) 2; a Gra­cián (7-5-1578) 7.
[23] Cta al P. Gracián (20-9-1576) 6.
[24] Cf. Documenta Primigenia. 1 (Monumenta Historica Carmeli Teresiani, 1; Roma 1973) 207ss.
[25] F 27, 19
[26] Para más información, cf. LUIS DE SAN JOSÉ, «Exégesis teresiana. Tiempo que tardó Santa Teresa en escribir “Las Moradas”»: Monte Carmelo 63 (1955) 376-383.
[27] «Cuando escribió la dicha madre Teresa de Jesús el libro que tiene dicho de Las Moradas, fue en Toledo, y de la manera que esta testigo vio que escribía el dicho libro fue en acabando de comulgar; y que cuando lo escribía era con gran velocidad y con gran hermosura en el rostro, que a esta testigo le admiraba, y estaba tan embebida en lo que escribía, que, aunque allí junto se hiciese algún ruido, no la estorbaba; por lo cual entendía esta testigo que todo aquello que escribía y el tiempo que estaba en ello estaba en oración» (Declaración de María del Nacimiento, en BMC, XVIll, 315). y María de San Francisco: «Vi una vez, estando escribiendo el de las Moradas, y entrando yo a darla un recado, que estaba muy embebida, de suerte que no me sin­tió. y la vi con un rostro in!1amadísimo y hermosísimo, y después de haber oído el re­cado dijo: “Mi hija, siéntese un poco, déjeme escribir esto que me ha dado el Señor antes que se me olvide”. Lo cual iba escribiendo con gran velocidad y sin parar» (Cf. ANDRÉS DE LA ENCARNACIÓN, Memorias Historiales, 1, dir. Ma Jesús Mancho [Junta de Castilla y León, Valladolid 1993] 321-322). También Gracián daba fe de ello: «Escri­bía tan aprisa y velozmente, como suelen hacer los notarios públicos, que me admi­raba las muchas cartas que cada día escribía de su mano a todos los conventos, y res­pondía a cualquier monja o seglar en los negocios de la Orden o en los puntos y dudas de oración que la preguntaban»(J. GRACIÁN, Dilucidario..., BMC, XV, 17).
[28] Aquí el texto está mutilado.
[29] Cta al P. Gaspar de Salazar (7-12-1577) 10.
[30] Cta al P. Gracián (14-1-1580) 12.
[31] Cf. BMC, XVIIl, 10.
[32] Cta a María de San José (4-7-1580) 7.
[33] Cf. Glanes, o.c., 58-61. Lo mismo había dicho antes, en 1584, justificando ese tipo de enmiendas: «Y ninguno de sus libros escribiera si la obediencia no se lo man­dara, porque los confesores o los prelados le hicieron escribir lo que escribió, y nunca se fiaba de cosa que hubiese escrito, sino luego lo daba al mismo confesor o a otros teólogos para que le viesen, gustando mucho que le quitasen y enmendasen y la tra­tasen como a ignorante; como acaeció en este libro de las Moradas, que le leyeron de­lante de ella dos teólogos (el uno era lector de San Gregorio de Valladolid, de quien arriba hice mención) y si alguna palabra había a que se pudiese dar mal sentido, se la borraban con gran contento suyo» (J. GRACIÁN, Diálogos del tránsito de la M. Teresa de Jesús [Roma 1982] 177-178). Ana de Jesús, en cambio, habla de la contrariedad de la Santa en tales casos:«Cuando venían a sus manos [los traslados] decía: “Dios los perdone a mis confesores que dan lo que me mandan escribir, y ellos por quedarse con ello trasládanlo y truecan algunas palabras, que ésta y ésta no es mía”, y luego las borraba y ponía entre renglones de su letra lo que le habían mudado» (BMC, XVIII, 48.4-485).
[34] Cta a María de San José (8-11-1581) 23-25.
[35] Si en un primer momento se declaró contrario a la publicación de esos escritos, no tardó en cambiar de opinión: «Todo el tiempo que vivió la madre Teresa, nunca su pensamiento, ni aun el mío, fue que estos libros se imprimiesen y viniesen tan a pú­blico y a manos de todos los que los quisiesen leer, sino que anduviesen escritos de mano en nuestros conventos, para que hiciesen fruto en los frailes y monjas; y cuan­do mucho, los leyeran personas graves que entendieran de oración... Pero después que he visto por experiencia el fruto que esta doctrina ha hecho en toda suerte de personas, he mudado de parecer» (J. GRACIÁN, Dilucidario..., BMC, XV, 18-19).
[36] Castillo de Magdalo. Libro de las Siete Moradas del Spiritu, compuesto por la felicissi­ma madre Theresa de Iesus, fundadora de los Monesterios de las Monjas Carmelitas descalças. Intravit Iesus in quaeddam Castellum et mulier quaedam Martha nomine excepit illum in do­mum suam. Hoy en las Carmelitas Descalzas de Córdoba.
[37] Más datos en J. INFANTES-GALÁN, «Las Moradas de Santa Teresa y la Real Aca­demia de Buenas Letras»: Boletín de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras 10 (1982) 33-51.
[38] Así consta en el Libro de Profesiones de las Carmelitas Descalzas de Sevilla: «En 6 días del mes de octubre del año de 1618... hizo profesión en este convento de carme­litas descalzas de Sevilla la hermana Catalina de Jesús María, que en el siglo se lla­mara doña Catalina Cerezo Pardo, natural de Sevilla, hija de Pedro Cerezo Pardo y de doña Constancia de Ayala. Trajo de dote dos mil ducados... Fue esta dote en pla­ta, y de una herencia de una tía suya que murió en Flandes heredó el convento 3000 ducados en plata. Trajo al convento el libro de las Moradas que escribió de su letra nuestra madre santa Teresa, que se lo dio a su padre, Pedro Cerezo Pardo, el Padre fray Jerónimo Gracián de la Madre de Dios siendo provincial de la Orden en agrade­ cimiento de las grandes limosnas que hacía a toda la Orden y en particular a esta casa de Sevilla, a quien dio para comprar esta casa 6000 ducados en plata, y doscien­tos en la lámpara que arde delante del Santísimo Sacramento, y 300 que le costó la cruz de reliquias y el pie de la custodia, y otras grandes limosnas que hizo a esta casa, y para la fundación de la de Lisboa dio 3000 ducados, y a tres monjas de esta casa dotó: a la una dio mil ducados y a las 3 a quinientos ducados».Catalina de Jesús Ma­ría murió en 1656, a la edad de 55 años.
[39] Cf. ANDRÉS DE LA ENCARNACIÓN, Memorias Historiales, O.C., 1, 317.
[40] Planteamiento y proceso que tanto admiraba Jean Baruzi: «Une sainte Thére­se, qui se décrít elle-meme et n'aspire qu'à se manifester telle qu'elle s'aperc;oit, fait appel à sa riche imagination pour parvenir a rendre claires des nuances qui sont in­descritibles. De la son gout de la définition et de la classification. Tous les états
qu’elle découvre reçoivent un nom précis, et done le sens peut être en quelque sorte appris, retenu, techniquement utilisé» (J. BARUZI, SaintJlean de la Croix et le problème de l’expérience nrystique, [París 1924] 361; trad. española: San luan de la Cruz y el proble­ma de la experiencia mística [Valladolid 1991] 357-358).
[41] V 17, 5


Primera morada
entrar...
 
En las primeras moradas del Castillo Interior se presenta el primer paso de la vida espiritual, se plantea a nivel general el sentido de la vida cristiana, se presentan los protagonistas: Dios, el hombre, los demás, el mal Espíritu. Es una visión general, propia de la experiencia de la Santa, se alude a los dinamismos e impedimentos de la vida espiritual: gracia y pecado, tentaciones y primeras inspiraciones, apertura a la revelación de Dios, el dinamismo de la oración, al largo camino por recorrer hasta el centro del Castillo, adentrándose desde la cerca exterior.
Teresa comienza hablándome en positivo de la hermosura y dig­nidad de nuestras almas. Es el epígrafe de este primer capítulo. Leá­moslo íntegro, porque nos brinda la mejor pista de lectura comprensi­va del capítulo entero. Dice así:
-         «trata de la hermosura y dignidad de nuestras almas;
-         pone una comparación para entenderse;
-         dice la ganancia que es entenderla y saber las mercedes que recibimos de Dios;
-         y cómo la puerta de este castillo es la oración».
Subrayemos la palabra «alma/almas». Desde esa primera línea del libro, «alma y castillo» se equivalen en el lenguaje simbólico de la obra. En nuestro lenguaje de hoy -notémoslo- «alma y castillo» equivalen a «hombre». Ella comenzará hablándonos «de la dignidad del hombre».
En el fondo, tiene que quedar bien asentado que el hombre es lo más parecido a Dios. Y que en sí mismo tiene una capacidad que lo transciende: no sólo está hecho a imagen de Dios, sino que es capaz de contenerlo. Que el hombre no sólo tie­ne vocación de Dios, llamado a la comunión con El, sino que su mismo ser humano está estructurado como «capacidad de Dios», como espa­cio-morada de Dios. Más y mejor que el cosmos entero.
Teresa comienza replegando sobre un símbolo. Un símbolo que tiene raíces profundas en su experiencia mística anterior: el símbolo del castillo, ya anunciado en el título mismo de la obra. El alma del hombre es como un castillo...
El castillo somos cada uno de nosotros y el rey es Dios. Somos un castillo habitado y estamos invitados a entrar en Él. Queda invitado a entrar en el castillo, sabiendo que el rey del castillo le ha llamado personalmente a conocerle y vivir con él.
En su primera formulación, esa imagen del castillo se transfigura e idealiza: el alma del hombre es como un castillo todo de diamante o muy claro cristal. Joya traslúcida y enorme. Como una amatista gigan­te, en cuya interioridad hay muchos aposentos. Grande como el cie­lo, donde hay muchas moradas.
Luego, esa primera ideación del símbolo evoluciona y se vuelve terrestre y realista. Así es el alma del hombre. Como un castillo guerrero, bien anclado en la roca del propio cuerpo, rígido frente a la llanura castellana constelada de más y más castillos, y por dentro poblado de vida y de problemas.
El castillo seguirá un proceso de ilumina­ción interior. El castillo guerrero desarrollará un proceso de lucha y de conquista. Será este segundo simbolismo el que prevalezca. Esa gran mística que es Teresa tiene alma batallera y de la vida humana ella posee una idea combativa.
Teresa sabe por experiencia que el hom­bre puede vaciarse de sí mismo y derramarse -como agua- en lo exterior. De esas dos vertientes, de interioridad y exterioridad, que tiene el castillo, esta segunda puede cancelar la primera. Exteriorizarse, hasta alienarse. No al contrario: quien se interioriza, se convierte en centro de gravedad de lo circundante. Es posible que el hombre se desentienda de lo interior de sí mismo, hasta desconocerse y animalarse. Hasta vivir en la ronda del castillo o convivir en el foso de lo corporal y sensual con las sabandijas y bestias que están en el cerco del castillo[1]. Hasta hacerse casi como ellas, con ser de natural tan rico poder tener su conversación no menos que con Dios[2] . Ahí Ia palabra dura de Teresa: esto sería gran bestialidad[3] . Ojo, no caer en semejante bestialidad[4], pues eso sería reducir el hombre a la condición de las «alimañas».
De ahí su consigna: no basta conocer el castillo y pararse ante él. ¡Hay que entrar! Pero ¿cómo? A esa pregunta Teresa responde A cuanto yo puedo entender, la puerta para entrar en este castillo es la oración y consideración[5]. Para entrar en su castillo, sólo hay una puerta: la oración.  
El casti­llo está habitado por Dios. Entrar en él es relacionarse con Dios en la morada interior, ahí donde la persona es persona, y se halla cita­da por la otra Persona. Orar es pasar la puerta del castillo y comenzar a relacionarse en forma personal con Dios.
A lo largo del capítulo, Teresa ha recordado, muy de pasada, tres singulares tipos bíblicos. Son imágenes polivalentes, de quien estando fuera del castillo, está invitado a entrar en él. Helas aquí:
·            la bíblica mujer de Lot, que se vuelve a mirar las ciudades mal­ditas y se convierte en estatua de sal (Génesis 19,26: cap. 1,6);
·            el paralítico de la piscina de Betesda, incapaz de alzarse para lanzarse al agua, pero que tiene la fortuna de encontrarse con
·            Jesús que lo cura (Juan 5,2-8: cap. 1,8);
·            y el ciego de nacimiento, que de pronto empieza a ver gracias al encuentro con Jesús (Juan 9,7: cap. 1,8).
El segundo tipo evangélico, el paralítico de la piscina, tiene para Teresa especial fuerza significativa. Porque... decíame poco ha un gran letrado que son las almas que no tienen oración como un cuerpo con perlesía o tullido, que aunque tiene pies y manos, no los puede mandar: que así son, que hay almas tan enfermas y mostradas a estar­se en cosas exteriores, que no hay remedio ni parece que pueden entrar dentro de sí...[6]
Enfermos, víctimas de cierta atrofia espiritual, necesitaremos de la gracia de Jesús para echar a andar y pasar esa sutil barrera que hace de diafragma entre la esfera del sentido y el mundo del espíritu. O para apartar la mirada de las ciudades nefandas. O para recuperar la luz de los ojos y comenzar a ver.
Es decir, si quieres entrar en las primeras moradas, camina sin mirar atrás... Confía en Jesús que te librará de las amarras misteriosas que te impiden pasar el umbral de ti mismo... Será El, Jesús, quien pon­drá luz en tus ojos para que empieces a ver de otra manera las mara­villas de tu propio castillo y logres encontrarte con Dios dentro de ti.
Conocerse a sí mismo deberá ser la tarea específica de esta primera mora­da. Algo así como lo cotidiano de la vida que se hace en lo interior del castillo. No será un quehacer limitado y reservado a ese primer paso del proceso. Habrá que mantenerlo en activo hasta la última jor­nada de la morada séptima: aun a las (almas) que tiene el Señor en la misma morada en que El está (el hondón de la séptima), jamás -por encumbrada que esté- le cumple otra cosa» que ahondar en el propio conocimiento. Porque «la humildad siempre labra, como la abeja, la miel[7] .
Surge espontáneamente la pregunta ¿en qué consiste ese propio conocimiento que Teresa propone como programa al principiante? Podríamos resumir su pensamiento en unos pocos enunciados:
·         Lo primero que Teresa propone al principiante es el símbolo del castillo interior, para hacerle caer en la cuenta de la dignidad y her­mosura de su alma. No sólo está hecha a imagen de Dios, sino que es capaz de contenerlo. El principiante no se conocerá a sí mismo si no se sabe habitado por El. El hombre no es sólo una centella de divini­dad: es Dios mismo el que está ahí, en él.
·         El hombre es capaz del reniego de sí mismo, capaz de introducir el mal en el castillo, cubrirlo de pez, fealdad y tiniebla. No se conoce a sí mismo si ignora esta segunda dimensión de su ser: grandeza y miseria en contrapunto.
·         El riesgo fatal que corre es ver sólo ese lado negro de sí mismo. Inexorablemente incurre en él, cada vez que el propio conocimiento se cierra sobre el horizonte de la propia historia, desconectándola de Dios. Logrará un propio conocimiento «ratero» y envilecedor, acobar­dado y frustrante.
·         Hay que apuntar más alto: poner los ojos en el centro (del cas­tillo), que es la pieza adonde está el Rey[8]. Créanme y vuele a considerar la grandeza de su Dios. Aquí hallará su bajeza mejor que en sí misma, y más libre de las sabandijas (que) entran en las primeras piezas... Créanme que con la virtud de Dios obraremos muy mejor vir­tud, que muy atadas a nuestra tierra[9]. Es decir, el conocimiento de sí mismo que ella propone es un acto religioso de oración, capaz de abarcar con una sola mirada al propio castillo y al Dios que lo habita y dignifica. Y eso, porque: Jamás nos acabamos de conocer, si no procuramos conocer a Dios: mirando su grandeza, acudamos a nuestra bajeza; mirando su limpieza, veremos nuestra suciedad; considerando su humildad, vere­mos cuán lejos estamos de ser humildes[10]
·         La gran ventaja de esta manera de autoconocimiento a la luz de Dios es que nuestro entendimiento y voluntad se hace más noble y más aparejado para todo bien, tratando a vueltas de sí con Dios; y si nunca salimos de nuestro cieno de miserias, es mucho inconveniente[11] (n. 10).
El principiante estará preparado para ahondar en el sím­bolo del alma-castillo. No apoque ni coarte el simbolismo. No piense en un castillo angosto o monótono.  No habéis de entender estas moradas una en pos de otra, como cosa en hilada (en hilera)... Las cosas del alma siempre se han de considerar con plenitud y anchura y grandeza...; que es capaz de mucho más de lo que podremos consi­derar[12]. Que no consideren pocas piezas (en el castillo), sino un millón[13]
Es gráfica la última pincelada de ese cuadro de luz: Importa mucho a cualquier alma que tenga oración, poca o mucha, que no la arrincone ni apriete (al alma misma)[14] (n. 8).
En el itinerario espiritual es importante que el cristiano inicie este camino desde esta percepción de DIOS UNO y no es Dios Trinidad. Para Teresa fue clave el paso del Dios temor al Dios AMOR que se le comunicó en la infancia, como a nosotros.
Santa Teresa descubrió que Dios es amor: misterio de comunión. Dios se autocomunica, se revela amorosamente mediante mercedes (gracias). El punto de partida en el itinerario espiritual: debe ser el misterio de Dios, respetando la forma en que la gente lo perciba. Ese  Dios se irá descubriendo a partir de Jesucristo.
El tipo de oración de la primera morada es la vocal, sobre todo el Padre Nuestro, por ser la que nos enseñó Jesús. Ésta y otro tipo de oraciones vocales han de ser dichas con el corazón y los labios para que así se conviertan en principio y llegada de la plegaria cristiana. Incluye la liturgia, en especial la Eucaristía, el Ave María y otras, siendo el primer camino para adentrarnos en la meditación. Teresa pone como condición que se haga con consideración: saber con quién estamos, con quién dialogamos, ante quien estamos. Teresa nos sugiere que un Padre Nuestro bien rezado nos puede llevar hasta las séptimas Moradas. Aquí es importante la oración litúrgica (C. 24-25). En las primeras moradas se pueden dar los primeros pasos de la meditación, que son propiamente de las segundas moradas.


[1]  1M 1, 6
[2]  1m 1, 6
[3]  1M 1, 2
[4] 1M 1, 7
[5] 1M 1, 7
[6] 1M 1, 6
[7]  1M 2, 8
[8] 1M 2, 8
[9] 1M 2, 8
[10] 1M 2, 9
[11] 1M 2, 10
[12] 1M 2, 8
[13] 1M 2,12
[14] 1M 2, 8




Segunda morada


 

Las segundas moradas son las más breves desde el punto de vista redaccional. Tienen un solo capítulo.
Estas moradas, juntos con las pasadas, están recordando la vida misma de Teresa, sus dudas y sus luchas en el momento crucial de su vuelta a la tibieza y la mediocridad. Se trata de una experiencia hecha dentro de la misma vida religiosa, después de su profesión; signo evidente de que no coincide de por sí la madurez cristiana con la profesión religiosa.
Son las moradas de la lucha y perseverancia, de la experiencia de la fragilidad y de la sensibilización a la voluntad de Dios en la oración. Representan de forma real un período de la vida cristiana que puede ser un poco largo y que se traduce en una actitud permanente de orientación hacia Dios mediante la lucha, la perseverancia, la determinada determinación.
Sobrevienen las segundas moradas: para mantenerse dentro, hay que luchar. Gran guerra, reza el título. Desencadenada en un doble plano, o como si dijéramos en dos frentes de combate:
·         primero, la lucha propia de estas segundas moradas: Teresa está convencida de que el principiante tiene que atravesar un período especialmente combativo en los comienzos mismos de su internada en el castillo de la propia interioridad;
·         y en segundo lugar, ese horizonte de lucha se prolonga y extien­de mucho más allá de las jornadas iniciales: el principiante tendrá que seguir batiéndose «para llegar a las postreras moradas». Se lo repeti­rá insistentemente: en este castillo son pocas las moradas en que el demonio no tenga apostadas sus baterías. Casi hasta la morada final.
Lo mismo que en las moradas primeras y terceras, también aquí al principiante de las moradas segundas Teresa le sugiere un tipo bíblico con el que pueda identificarse: los soldados de Gedeón. Lo coloca exactamente en el centro de su exposición, en el número 6 del capí­tulo:
Siempre esté con aviso de no dejarse vencer; porque si el demo­nio le ve con una gran determinación de que antes perderá la vida y el descanso y todo lo que le ofrece que tornar a la pieza primera (retro­ceder a las moradas primeras), muy más presto le dejará. Sea varón y no de los que se echaban a beber de bruces, cuando iban a la batalla, no me acuerdo con quién, sino que se determine que va a pelear con todos los demonios y que no hay mejores armas que las de la cruz.
Subrayemos los trazos fuertes del párrafo:
  • no dejarse vencer
  • tener gran determinación
  • va a la batalla
  • antes perder la vida y el descanso y todo...
  • que se determine a pelear con todos los demonios - no tornar atrás, a la primera morada
  • sea varón
  • no hay mejores armas que la cruz
Pero en realidad esa visión de la vida cristiana, como lucha contra el mal y el maligno, a Teresa le viene de san Pablo, quien no sólo inter­preta su propia existencia como combate permanente, sino que así se la inculca a los cristianos de las prime­ras comunidades. Especialmente a los de Éfeso: armaos con las armas de Dios para resistir a las estratagemas del demonio. Nos­otros no luchamos contra hombres de carne y hueso, sino contra las fuerzas del mal. Las armas que Pablo les propone son el cinturón de la verdad, la coraza de la honradez, el escudo de la fe, el calza­do de la paz, la espada de la palabra de Dios... (Ef 6, 10-17).
Teresa ha leído innumerables veces esos textos en la Regla carme­litana, escrita a comienzos del siglo trece para «cruzados» convertidos a la vida monástica en el Carmelo. A «esa casta» de cristianos comba­tivos pertenece ella. Y en esa línea paulina de militancia espiritual se inscribe su «castillo» y su interpretación básica del vivir cristiano.
Según Teresa no hay perspectivas de vida cristiana adulta -y menos, de mística experiencia de Dios- para cobardes, comodones, perezosos y apocados. Ni para quienes entran en el castillo con el señuelo del idilio intimista. Por eso ridiculizará ella insistentemente a los directores espirituales «con seso demasiado», que programan la entrada en el castillo a «paso de gallina». Ella prefiere la imagen del águila (Vida 39,12).
La batalla decisiva, la combate el hombre dentro de sí mismo. Oh hermanas mías, no os aseguréis ni os echéis a dormir, que será como el que se acuesta muy sosegado habiendo muy bien cerrado sus puertas por miedo de ladrones, y se los deja en casa. Y ya sabéis que no hay peor ladrón, pues quedamos nosotras mis­mas...[1]
No hay peor ladrón que uno mismo. En el simbolismo del castillo, el presupuesto de fondo consiste en que el foso que lo rodea (y que simboliza los pliegues y ajustes entre cuerpo y alma) es un nido de sabandijas molestas y de víboras ponzo­ñosas. Son las fuerzas de desorden introducidas en el castillo por el pecado. Si no se las combate, avanzan moradas adentro. Y claro está...: eso han hecho esas cosas ponzoñosas que tratamos: si a uno muerde una víbora, se emponzoña todo y se hincha...[2]
Teresa la analiza a su modo proponiendo tres frentes de combate:
·         el interior: desorden conflictivo dentro de uno mismo. Quien entra en estas segundas moradas, se encuentra extrañamente incó­modo en el propio castillo. ¿Puede ser mayor mal que no nos halle­mos en nuestra misma casa? ¿Qué esperanza podemos tener de hallar sosiego en otras cosas, pues en las propias no podemos sose­gar? Sino que tan grandes y verdaderos amigos y parientes y con ~ quien siempre... hemos de vivir, como son las potencias (del alma), ésas parece nos hacen la guerra, como sentidas de las que a ellas les han hecho nuestros vicios[3].
·         el exterior: quien ha padecido el mal del pecado, alienándose en cierto modo, y colocando su centro de gravedad fuera de sí, ahora sufre el tirón de las cosas y personas que lo han subyugado; sufre el hechizo de su reclamo, prolongación de su tiranía. Tiene que recupe­rar terreno y enfrentarse con todo eso para readquirir la libertad y el dominio de sí.
·         el trascendente: «los demonios», dirá Teresa. Ella, como san Pablo, cree que en la lucha que combate el cristiano intervienen fuer­zas misteriosas que lo desbordan (Ef 6,11). Teresa cree en el demonio. Lo ha experimentado como encarnación de la mentira y del mal. Con­tra esas fuerzas misteriosas hay que estar vigilante en el umbral del castillo interior, porque es terrible la batería que aquí da el demonio de mil maneras...[4] .
La lucha en esta morada es por recuperar el equilibrio interior. Se lucha por la paz. Se lucha por el hito de toda ascesis: la perfección. Se lucha por el Señor supremo del castillo: para poder hacerlo digno de El y entregárselo. Basta escuchar esa escalada de objetivos en los textos de Teresa:
  • ¡paz, paz!, hermanas mías, dijo el Señor y amonestó a sus após­toles tantas veces. Pues creedme, que si no la tenemos y procuramos en nuestra casa, que no la hallaremos en los extraños. Acábese ya esta guerra. Por la sangre que derramó por nosotros lo pido yo a los que han comenzado a entrar en sí... Miren que es peor la recaída...[5]
  • Toda la pretensión de quien comienza oración (y no se os olvi­de esto, que importa mucho) ha de ser trabajar y determinarse y dis­ponerse, con cuantas diligencias pueda a hacer su voluntad conformar con la de Dios... en esto consiste toda la mayor perfección que se pue­de alcanzar en el camino espiritual... No penséis que hay aquí más algarabías ni cosas no sabidas..., que en esto consiste todo nuestro bien[6]
En el relato de Vida refirió por extenso los altibajos de las segun­das moradas de su propio castillo: primeros años de su vida de car­melita en la Encarnación.  Grandes fervores iniciales. Temple y pacien­cia heroica en su enfermedad, ocho meses de parálisis total en la enfermería, y casi tres años de lenta recuperación, de suerte que cuando comencé a andar a gatas, alababa a Dios[7]. Pero sobre­viene luego el bache de los años grises, su enfriamiento en el ideal reli­gioso, camino de pasatiempo en pasatiempo, de vanidad en vanidad[8], abandono de la oración, flojera en la piedad eucarística, con­formismo en la vida religiosa, dispersión afectiva... Todo ello en la alternativa de los grandes deseos y de la lucha consigo misma. Dese­aba vivir, que bien entendía que no vivía, sino que peleaba con una sombra de muerte, y no había quien me diese vida, y no la podía yo tomar...[9].
Es ése, sin duda, el trasfondo autobiográfico de vida y experiencia que Teresa tiene  presente cuando ahora nos habla de lucha y desor­den en esa zona del castillo que son las segundas moradas. Pero en la exposición primeriza del Libro de la Vida, había completado el cuadro narrativo con una serie de consignas doctrinales dadas al principiante como complemento indispensable de la lucha:
·            ante todo, que viva con alegría y se mueva con libertad...[10];
·            que ponga su confianza en Dios y no apoque los deseos,
·            que Dios es amigo de ánimas animosas, valerosas[11];
·          que haga suyo el lema de san Pablo: todo se puede en Dios,  y el de san Agustín: da me, Señor, lo que mandas y manda lo que quisieres[12], y el lema personal de Teresa: deseos siempre los tuve grandes[13];
·         que apunte alto, porque importa mucho en los principios... no amilanar los pensamientos[14] ;
·         ¡humildad! Es necesario cimentarse en ella. Y amar la verdad: espíritu que no vaya fundado en verdad, yo más lo querría sin oración[15]. Y para ello, que se alimente con el pan de la Biblia: llegados a verdades de la Sagrada Escritura, hacemos lo que debemos[16];
·         no se refugie en devociones sin fuste: de devociones a bobas nos libre Dios[17]; etc., etc.

Teresa formuló para el orante de las segundas mora­das: hermanas, abrazaos con la cruz que Cristo vuestro Esposo llevó sobre sí y entended que ésta ha de ser vuestra empresa[18].
Esa llamada, personal, se hace más fuerte en el conocimiento y en el seguimiento de Jesucristo, a la manera de los apóstoles. Posiblemente en esta Morada es en la que Teresa estuvo más tiempo (¿18 años?). El Cristo de Teresa es desde la Humanidad Sacratísima que se le conoce primordialmente en el evangelio. La Cristología de Teresa es fundada en un Dios que se abajó (Fil. 2), que se hizo amigo nuestro al que hay que conocer como hombre (V. 22; 6M 7) hasta llegar a tener los mismos sentimientos de Cristo hombre. Teresa nos invita a mirar a Jesús como andaba en el mundo, principalmente en la Cruz como preparación para las posibles dificultades. La humanidad de Jesucristo es clave en les siguientes Moradas.
En esta Morada se da un énfasis en la oración de meditación vinculada todavía con la oración vocal de las Primeras. La oración de meditación consiste en discurrir con el entendimiento la vida y en los misterios de Cristo. Meditar la Palabra de Dios para alcanzar el conocimiento de Cristo desde su humanidad[19]
Teresa ora con imágenes: Santa Teresa en su proceso orante vemos como utilizaba el medio de las imágenes para orar, también ante la incapacidad de orar –concentrarse- se introduce en la lectura de buenos libros para que le ayuden a recogerse en la oración[20]. La imagen que Teresa utiliza como una devoción en el transcurso del tiempo en su vida espiritual COBRA VIDA. De un Jesús muerto, en la imagen, se convierte en experiencia de un Jesús vivo.
Es claro para Teresa que no hay oración sin el crecimiento de las virtudes. Es importante la perseverancia en le oración[21]. Teresa sabe que Dios aguarda, es paciente[22]  espera hasta que ve en la persona la perseverancia. Hay que perseverar en todo[23] . Teresa en la oración de meditación: silencio y contemplación, llega a tener una experiencia de la presencia de Dios, una sensación de que en el interior está presente.
En estas Moradas es importante empezar a amar al prójimo muy en serio. Teresa aconseja en Camino 4,4: amor unas con otras. Este amor no pretende dependencias sino la liberad y la alegría para que no esclavice a la persona y se crezca en la amistad con libertad.  En estas moradas hay trabajo, dificultades en el camino en lo que hay que hacer por el Reino de Dios por eso es importante la imitación de Cristo (C. 7). En Vida y Camino los caminantes del castillo son los siervos del amor. En esta dinámica de la oración no hay que buscar los gustos sino en aprender a amar para entregarlo todo al TODO. Es importante desasirse para adquirir la paz y libertad y abrazar a Cristo desnudamente, incluye el desasimiento de sí mismo (salud, cuerpo (C. 10,5), etc... Este  amor y libertad fundamentarán la verdadera humildad.
Santa Teresa indica que ya el Siervo del amor puede hacer obras de caridad. El que puede, hacer algo por el otro. Es necesario estar al pendiente de no caer en pecado mortal ni venial y perseverar en la oración... Una de las acciones que la Santa realizó fue buscar personas para “hacerse espaldas unos a otros”,  buscando otros siervos del amor. La Iglesia necesita reconstruirse en la comunicación de la experiencia de Dios, del caminar no de superficialidades como muchas veces se ve en las reuniones, eventos, etc.. El hacerse espaldas ayuda para el seguimiento de Jesús. Busquemos siervos del amor que vayan avanzados en el camino de Dios. Hay que ayudarse unos  a otros.


[1] C, 10, 1
[2] 2M 1, 5
[3]  2M 1, 9
[4]  2M 1, 3
[5]  2M 1, 9
[6] 2M 1, 8
[7]  V. 6, 2
[8]  V. 7, 1
[9]  V 8, 12
[10]  V 13, 1
[11]  V. 13, 2
[12]  V. 13, 3
[13]  V. 13, 4
[14] V. 13, 7
[15]  V. 13, 16
[16]  V. 13, 16
[17]  V. 13, 16
[18]  2M 1, 7
[19]  V. 13, 22
[20]  V. 9, 4
[21]  V. 8,5; 11, 4-19; M2
[22]  2M 1, 3
[23]  2M 4, 3-9



 

Tercera morada

 Las terceras moradas son un paso más adelante en el libro de santa Teresa y en la vida espiritual. Período importante y bien caracterizado, ya que se trata de un punto de llegada y de partida, un paso decisivo, una puerta que se cierra y otra que se abre. Estamos en un período de relativa tranquilidad espiritual después de la lucha. Pero todavía no se ha llegado a una experiencia fuerte de la gracia. Ha pasado la prueba del enemigo y hay que sostener ahora la prueba del amigo, que es Dios. El nos somete a la prueba para que tengamos conciencia de la consistencia de nuestra vida espiritual y de sus motivaciones verdaderas. Prueba nuestra fragilidad para que tengamos conciencia de la necesidad de su gracia.
Es un momento importante, pero peligroso. Si no se escucha la voz de Dios y se supera la prueba, se corre el riesgo de una engañosa y perezosa estabilidad en la vida espiritual, hecha de una ascesis programada en la que pueden prevalecer las actitudes externas sin que nada cambie en el corazón y se rompa el cerco del egoísmo velado en una aparente vida espiritual.
La estabilización en el bien es provechosa y positiva respecto a la lucha perseverante y a la fragilidad que caracteriza las segundas moradas, pero podría revelarse peligrosa si no se ve como un período que hay que superar y unas motivaciones que tienen que cambiar. Un nuevo obstáculo y una nueva prueba de Dios abrirán las puertas a otro grado de madurez en las virtudes que dependen de la ascesis del corazón.
Un paso más, castillo adentro..., y se llega a las terceras moradas. En el castillo se lucha: es la segunda jornada del proceso. Para ser y vivir, hay que esforzarse y batallar. Ahora, al pasar de las segundas a las terceras moradas, se espera que a la lucha siga la victoria y la paz. No va a ser así. Teresa le va a hablar, todavía, de una jornada de ascesis, vigilancia y esfuerzo. Le va a hablar de la prueba del amor, de los riesgos de espejismo y narcisismo, del paso por una especie de adolescencia del espíritu.
La muerte de don Alonso la hace regresar, una vez más, a la ver­dad de cuando niña: que todo pasa, que todo es nada... Recupera sus ideales, su tabla de salvación que es la oración, su determinada determinación de vivir en serio la consagración religiosa, de ser cohe­rente consigo misma y con la voz misteriosa que la llama desde dentro.
Pero en ese período, todo en Teresa es tan frágil, tan quebradizo. Hace y deshace. Lucha y sucumbe. Quisiera yo -escribió en el Libro de la Vida- saber figurar la cautividad que en estos tiempos traía mi alma, porque bien entendía que estaba cautiva, y no acababa de entender en qué... Deseaba vivir, que bien entendía que no vivía sino que peleaba con una sombra de muerte, y no había quien me diese vida, y no la podía yo tomar; y quien me la podía dar tenía razón de no socorrerme, pues tantas veces me había tornado a sí, y yo dejádole[1].
Ese recuerdo autobiográfico de sus terceras moradas servirá de trasfondo a la exposición que hará ella ahora de esta zona del castillo. De la cantera de su experiencia recabará materiales para «codificar» esta jornada del proceso espiritual. Teresa está convencida de que, en el fondo, todos tendremos que hacer la travesía de una experiencia similar a la suya. Experiencia agridulce de la propia fragilidad. Con alternativas de autosuficiencia y de incoherencia. De espejismos y humilla­ciones. De firmes determinaciones y de dudas envolventes y totales.
Experiencia de la propia inseguridad radical. Y necesidad de descubrir la misericordia amorosa de Dios como única tabla de salvación.
Esa evocación dolorida de la propia historia (números 2 y 3) será como un fluido que impregne de autenticidad y realismo toda la expo­sición de estas terceras moradas del Castillo.
Teresa recurre espontáneamente a dos personificaciones bíblicas. Una la elabora ella misma desde la poesía de un salmo sapiencial. La otra la toma directamente del evangelio. Las utilizará como anverso y reverso de esta jornada del camino espiritual.
Teresa comienza las terceras moradas así: A los que por la mise­ricordia de Dios han vencido estos combates y con la perseverancia entrado en las terceras moradas, ¿qué les diremos sino bienaventurado el varón que teme al Señor?... Con razón le llamaremos bienaven­turado, porque si no torna atrás..., lleva camino seguro de su salva­ción. Es decir, en el cuadro de luces y sombras de las moradas terce­ras, el lado luminoso está plasmado en ese personaje del salmo 111: dichoso quien teme al Señor». Dichoso él, mientras se mantiene en el temor del Señor.
En el lenguaje bíblico, temor del Señor no es miedo de Dios. Es respeto y conciencia amorosa de su papel de Dios: teme al Señor quien ama de corazón sus mandatos.
El salmo sigue perfilando el rostro de ese «varón dichoso»: En su casa habrá riquezas y abundancia (v. 3). Su corazón está firme en el Señor (v. 7). Su corazón está seguro, sin temor (v. 8). Reparte limos­na a los pobres, su caridad es constante, sin falta (v. 9), mientras que la ambición del malvado fracasará (v. 10).
Los rasgos fundamentales retenidos por Teresa en ese tipo bíblico son la seguridad y la bienaventuranza. En el castillo, las moradas ter­ceras son un seguro de vida sólo si el morador de ellas deposita toda su confianza en Dios. Educarse en el arte de una ilimitada confianza en El es tarea de esta jornada espiritual. Sólo la ilimitada confianza en El podrá salvarnos de la inestabilidad e inseguridad permanente de uno mismo. En realidad, el refugio seguro no es mi propio castillo. Sólo Dios es garantía de seguridad para mi inseguridad y mis miedos.
El segundo tipo bíblico es el reverso de la medalla. Ya no es una imagen ideal como la del salmo, sino un joven de carne y hueso. Muy parecido a la Teresa de los treinta años que acaba de evocar. En la escena evangélica reportada por san Mateo, ese joven viene en busca de Jesús con alma generosa. Todo lo ha hecho bien desde su juventud. La lástima es que lo ha hecho todo, menos lo que le propone Jesús. Y el joven se retira entristecido (Mt 19,16-22).
Sin duda Teresa se ve reflejada en el joven del Evangelio. Ese muchacho, generoso de pronto, y de pronto tacaño, es imagen viva de sus años treinta, cuando ella tantas veces ofrecía al Señor la joya de su voluntad (su amor íntegro) y otras tantas se la retiraba cuando el Señor extendía la mano para tomársela. Ya en el Camino de perfección había recordado ella ese gesto. Y lo había glosado así: No son estas burlas para con quien le hicieron tantas por nosotros... Démosle ya de una vez la joya del todo, de cuantas acometemos a dársela... Somos francos de presto, y después tan escasos (tan tacaños) que valdría en parte más que nos hubiéramos detenido en el dar[2].
Sí, el morador de las terceras moradas debe espejarse en el joven del Evangelio. Debe entrenarse en la compleja tarea de la generosidad, de cara a Dios y a los hermanos. No sólo ofrecer y ofrecerse (vuestra soy, para Vos nací, qué mandáis hacer de mí), sino recuperarse de la humillación del fracaso y de las incoherencias de la propia generosi­dad juvenil. Sobre todo, debe entrenarse en algo más difícil: en acep­tar que Dios tome la iniciativa más allá de sus proyectos de generosi­dad. Incluso cuando la iniciativa de El me coja de sorpresa en los acon­tecimientos de la vida, en la intromisión de los demás en lo mío, o en los sucesos que se cruzan de través frente a mi programa espiritual. O cuando El expresamente desborda o desbarata mis esquemas, como al joven del Evangelio.
Al joven del Evangelio, Mateo en última instancia lo llama «adoles­cente»: al oír a Jesús, el adolescente se marchó entris­tecido, porque poseía una gran fortuna (19,22).
La etapa que Teresa describe en las terceras moradas corres­ponde a una especie de «adolescencia del espíritu». Con los típicos rasgos de esa etapa de la vida humana. Los analizará y caracterizará más y mejor en el capítulo siguiente. En este capítulo primero se ceñi­rá a ofrecer los rasgos elementales, y a inculcar al lector que tome conciencia de su paso por esa zona de su vida espiritual.
Adolescencia del espíritu es ese gesto de arrojo y generosidad pri­maria, como la del apóstol Tomás en la subida a Jerusalén: vayamos y muramos con El (Jn 11,16), pero que luego se convierte en cerrazón y resistencia frente a Jesús muerto y resucitado.
Adolescencia del espíritu es el ademán de seguridad ficticia, mina­do por la realidad de una inseguridad de fondo, frente a las dificulta­des que necesariamente han de sobrevenir en el camino.
Adolescencia del espíritu es la arrogancia mal disimulada, la fe secreta en la fuerza de uno mismo, la convicción de que en la vida del espíritu -como en la profesional- la iniciativa corresponde a uno mis­mo, y que Dios y su amor colaboran como segundones. De ahí que... estos tales no pueden poner a paciencia que se les cierre la puerta para entrar adonde está nuestro Rey, por cuyos vasallos se tienen, y lo son[3]. Y Teresa concluye su capítulo con una doble oración:
¿Qué podemos hacer por un Dios tan generoso que murió por "nosotros y nos crió y da ser, que no nos tengamos por venturosos en que se vaya desquitando algo de lo que le debemos, por lo que nos ha servido...?[4] .
Y la petición final: pruébanos tú, Señor, que sabes las verdades, para que nos conozcamos[5].
Precisamente esta última invocación insinúa el tema que desarro­llará en el capítulo siguiente. Es necesario que el Señor -que sabe nuestras verdades- nos someta a la prueba del amor. Pasar la prueba del amor marcará el paso de frontera a las mora­das cuartas.
Lo que a Teresa le interesa es pasar cuanto antes a la otra vertiente de la vida cristiana: la acción de Dios y de su gracia en nosotros. Entrará en esa zona enseguida, con el capítulo primero de las moradas cuartas.
Son dos o tres las convicciones fundamentales que ella quiere inculcar: que la prueba es de Dios; que en la vida espiritual la prueba nos es necesaria; y que, en última instancia, se trata de la prue­ba del amor, como ocurrió entre Jesús y el joven del Evangelio.
Sí, ante todo, caer en la cuenta de que más allá de nuestros esfuer­zos y proyectos -más allá del concierto de nuestras vidas, dirá ella-, Dios tiene su quehacer en nosotros. Secretamente tentados de huma­nismo y autosuficiencia, propendemos a reducir nuestra historia de salvación a tarea y proyecto personal, y, en cambio, no hay historia de salvación sin intromisión de Dios en el tejido de nuestros planes huma­nos, lo mismo cuando nos dedicamos a construir torres que escalen el cielo, que cuando nos enredamos en luchas y guerras. Dios está ahí. Y generalmente se hacen presente desbaratando nuestros últimos reductos.
En la óptica de la Santa, la prueba del amor tiene dos objetivos: evidenciar la precariedad de nuestros esfuerzos ascéticos; y pasarnos a otro ritmo de andadura espiritual. Todos nuestros esfuerzos, lucha y tesón, son necesarios, pero insuficientes. No bastan. En última instan­cia el secreto de nuestra vida cristiana consiste en abrirnos a la acción de Dios: Muchas veces quiere Dios que sus escogidos sientan su miseria, y aparta un poco su favor, que no es menester, que a osadas que nos conozcamos bien presto. Y luego se entiende esta manera de probarlos, porque entienden ellos su falta muy claramente, y a las veces les da más pena ésta de ver que, sin poder más, sienten cosas de la tierra y no muy pesadas, que lo mismo de que tienen pena. Esto téngolo yo por gran misericordia de Dios[6] .
Y, en segundo lugar, la prueba sirve para inducir en nosotros un cambio de vuelo. A escala de nuestro quehacer humano, Teresa está convencida de que caminaríamos siempre a cámara lenta, a un paso paso, que nunca acabaremos de andar este camino, porque como vamos con tanto seso, todo nos ofende, todo lo tememos... ¿Os parece, hijas, que si yendo a una tierra desde otra pudiésemos llegar en ocho días, que sería bueno andarlo en un año, por ventas y nieves yaguas y malos caminos? ¿No valdría más pasarlo de una vez? Por­que todo esto hay, y peligros de serpientes. ¡Oh, qué buenas señas podré yo dar de esto!... Esforcémonos, hermanas mías, por amor del Señor. Dejemos nuestra razón y temores en sus manos. Olvidemos esta flaqueza natural... El cuidado de estos cuerpos ténganle los pre­lados... nosotras (tengámosle) de sólo caminar a prisa para ver a este Señor...[7].
 Al morador de las terceras moradas, Teresa le da unos pocos consejos de puro sentido práctico.
El primero, humildad. Teresa es reiterativa. Vuelve sobre la consig­na básica de la humildad. Y sobre ella volverá hasta el final del libro (M7, 4). Pero recordemos su profundo concepto de la humildad, como conocimiento y aceptación de uno mismo, como reconocimiento y gratitud a Dios por sus dones, comenzando por el don de la propia alma, o de la propia persona, habitada por El. La humildad debe servir para no perder de vista «la medida» de uno mismo, no falsearla a los propios ojos, y tanto menos a los ojos de Dios: que el caminar que digo es con una grande humildad...; que nos parezca hemos andado pocos pasos y lo creamos así, y los que andan nuestras hermanas nos parezcan muy presurosos, y no sólo deseemos sino que procuremos nos tengan por la más ruin de todas[8] .
Otra consigna elemental, la obediencia. Y sin embargo la Santa se apresura a subra­yar que es consigna válida para todos: aunque no sean religiosos, sería gran cosa -como hacen muchas personas- tener a quién acudir para no hacer en nada su (propia) voluntad[9].
En realidad se trata de evitar el aislamiento y la autosuficiencia. Hacer amistad con quien esté ya en las moradas superiores, porque algunas cosas que os parecen imposibles, viéndolas en otros tan posibles, y con la suavidad que las llevan, anima mucho, y parece que con su vuelo nos atrevemos a volar, como hacen los hijos de las aves cuando se enseñan, que aunque no es de presto dar un gran vuelo, poco a poco imitan a sus padres. En gran manera aprovecha esto. Yo lo sé[10].
Y por fin, el consejo de fondo. Teresa lo viene repitiendo en cada morada (M 1, 2,17; M 2, 1,8). Creedme. No está el negocio en tener hábito de religión o no, sino en procurar ejercitar las virtudes y rendir nuestra voluntad a la de Dios en todo, y que del concierto de nuestra vida sea lo que Su Majestad ordenare de ella, y no queramos nosotras que se haga nuestra voluntad sino la suya. Ya que no hayamos llega­do aquí, humildad, que es el ungüento de nuestras heridas, porque si la hay de veras, vendrá el cirujano que es Dios a sanamos[11] .
Las terceras moradas pretenden desenmascarar los falsos ropajes con que nos vamos vistiendo para disimular. Contentos por haber llegado a ser buenos cumplidores de las normas, obviamos lo más elemental: seguir a Jesucristo como es y no cómo quisiéramos que fuera, un Dios a nuestra medida.
La transformación personal consiste en la adquisición de la virtud de la humildad, fundamental en el pensamiento teresiano. Entiende por humildad andar en verdad, es decir, el andar en el Dios de Jesucristo. Dicha virtud se fundamenta en el conocimiento propio iniciado en las primeras moradas. Sólo es humilde el que se conoce sin trampas. Habrá que escudriñar el interior para que no guardemos las falsas intenciones que ocultan nuestros actos. Ha llegado el momento de descubrir las motivaciones profundas, no vaya a ser que el honor, la riqueza o el poder enmascaren las decisiones de la vida. Y el que se conoce bien, sabe de sus miserias y limitaciones. Además la humildad, fundada en el conocimiento personal de la intencionalidad, pondrá la persona en disposición de comenzar a abandonarse en la voluntad de Dios. Tal como somos, sin engaños, la humildad hará que podamos seguir a Jesucristo, cada uno según su estado.
Se sigue en el conocimiento de Jesucristo a través de su Humanidad. Lo hacemos con el esfuerzo que aprendimos en las segundas. El que quiere seguir a Jesucristo a de ser con todas sus facetas. Por ello en las terceras moradas dedicaremos bastante tiempo a meditar la pasión y cruz del Señor. También el pasaje del Joven Rico. Los siervos del amor han de aprender por experiencia cómo el discipulado arrastra en el seguimiento de Cristo en cruz. Es posible que en algún momento de la meditación lleguemos a experimentar la presencia de Dios.
 
EFECTOS
Procuran no ofender a Dios, hacen algunas penitencias, tienen horas de recogimiento, realizan obras de caridad. (Si llevan una casa (familia) la llevan bien su casa y hacienda (M3 1,6), los habitantes de esta Morada necesitan de algo más para que del todo de abracen y convertir en obras lo que ya están viviendo en la oración. Hechos no sólo palabras. Las sequedades de la oración provienen de este no decidirnos a conocer a Cristo, porque tienen prisa de llegar a las séptimas moradas. Si se puede entrar pero hay que tener paciencia porque le cierran la puerta donde está el Rey, porque le falta por caminar.
Las personas de esta Morada aprenden a seguir a Jesucristo en las obras de caridad, en el desasimiento y otras, son las Moradas de la paciencia porque no nos hemos entregado del todo al TODO. Para ello es necesario la humildad: que es el ungüento de Dios, pues el sana toda dolencia, es el cirujano.
En esta morada entra la tentación de la melancolía (depresión) aparece el texto del joven Rico, que se da el paso de verificar si nuestro seguimiento es auténtico o no. Porque el tipo de personas de estas moradas creen que todo lo hacen perfecto: se creen señores del mundo, a la más mínima prueba se espantan, se sienten seguros de sí, se autocanonizan en sus obras, no tienen capacidad de apertura para aprender sino se creen que sólo pueden enseñar, etc. Para ello es necesario la prueba: “Pruébanos tu Señor...”
En estas terceras moradas habla de la oración de recogimiento (28,4) este modo de orar es mejor que el de la meditación porque trae muchos bienes. Recoge todas las potencias y viene su Maestro a enseñarle. La invitación constante es poner los ojos en Cristo.
Las terceras moradas tiene como virtud el crecimiento de la humildad. Se sustenta en el conocimiento de uno mismo. Este conocimiento propio es entender que Dios nos ha dado dones (V. 12, 4) y en reconocer nuestra miseria como ser humano (V. 12,8). En este edificio se asienta esta virtud de la humildad en el castillo. Por eso esta virtud de la humildad es el fundamento de todo lo que vamos a recibir de Dios. Humilde es aquel que está abierto a recibir. Al contrario el soberbio se mantiene cerrado en su ceguedad porque no está capacitado para recibir. La virtud de la humildad es andar en verdad (7M 10,7). Humildad es andar sin máscaras. 

ACCIONES.
En esta Morada es el momento de tomar decisiones. Se trata de decidirnos a seguir a Cristo, porque aunque están satisfechos y saben que se han dado del todo al TODO, aún se han guardado algo para sí.  Es aquí donde hay que meditar (con el pueblo) los textos vocacionales. Hay que poner por obra lo que ya recibimos y hacemos en la oración, pues se da en la persona una develación de su decisión y cuestiona el ropaje de la mediocridad que se hizo en este camino conduciéndola a una decisión más radical a seguir a Jesucristo. Teresa pone como paradigma al apóstol Pedro que siguiendo a Cristo dejó todo lo que tenía –las redes-. Es necesario seguir “cuidándonos las espaldas”.


[1] V. 8,  11-12
[2]  C. 32, 8
[3]  3M 1, 6
[4]  3M 1, 8
[5]  3M 1, 9
[6]  3M 2, 2
[7]  3M 2, 7-8
[8]  3M 2, 8
[9]  3M 2, 12
[10]  3M 2, 12
[11]  3M 2, 6







 

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